domingo, 13 de octubre de 2013

"UNA MERIENDA DE NEGROS"-OSIBISA 1973


BAILANDO EN LAS GRADAS
A principios de la década de los 70, el Pabellón de Deportes de La Coruña no recibía visitas musicales foráneas que se salieran de lo "socialmente" correcto. El rock, que no estaba catalogado como tal, era mirado con reserva ya que en vez de moderar y suavizar los comportamientos de la juventud "decía" que los radicalizaba.

En este ambiente, salta la sorpresa en agosto de 1973 cuando se anuncia la actuación en La Coruña del grupo africano Osibisa –que significa "cruce de ritmos que explotan con felicidad"– que había irrumpido en 1971 en la escena musical con un vibrante sonido que se apoderó de la escena rock post 60’s.

La verdad es que este grupo liderado por el vocalista Teddy Osei y el batería Sol Amarfio no era un grupo de consumo y sus discos solo se podían escuchar en algunas discotecas. Sus múltiples ritmos y sus cortes de percusión encajaban en las pistas de baile. Una de las razones más importantes para su éxito eran sus extremadamente enérgicos y extravagantes espectáculos sobre el escenario, en los que esta tribu musical de Ghana fusionaba la música africana, caribeña, rock, jazz, latina y R&B.

Además, tras el éxito alcanzado con su segundo disco, Woyaya (1971), el tirón de su música se había destensado considerablemente. No estaban en el candelero, por lo que su anunciado concierto no levantó una excesiva expectación. Quedó demostrado con una mediana afluencia de público en las sillas y unas gradas semivacías.

Como solía hacer antes de todos los conciertos, me acerqué a Ramón García Barros, responsable del Protocolo y Relaciones Públicas del Ayuntamiento coruñés y encargado de la organización de las Fiestas de María Pita, para que me pusiera al tanto de todos los pormenores. Lo hizo con su característica afabilidad, aunque con ciertas reservas tras lo observado durante los ensayos de los ocho componentes de esta tribu musical.

Dentro de su impecable corrección, Ramón García Barros dejaba entrever una preocupación por el huracán rítmico que se avecinaba y que, en plan coloquial, describió con simpatía como "una merienda de negros". Expresión coloquial –que figura en el diccionario de la Real Academia de la Lengua– que por entonces no se consideraba ofensiva para un colectivo y se utilizaba para describir "una confusión y desorden en que nadie se entiende".

Al poco tiempo del comienzo del concierto, varios jóvenes que están presenciándolo desde la grada se dejan llevar por el ritmo, se ponen de pie y comienzan a bailar en la parte alta de la bancada. La acción llama la atención de los números de la Policía Armada, que vela por el orden dentro de las instalaciones de pabellón.

 La adrenalina va subiendo hacia las gradas, impulsada por la explosión y la contundencia de las bases rítmicas de la música de Osibisa. Los bailarines sudorosos se despojan de las camisas y con el torso desnudo empiezan a bailar como posesos, de un lado para otro, como si estuvieran participando en una ceremonia ritual africana.

Ante esa visión, el público se queda con la escenografía surgida en las gradas, mientras que los agentes de la autoridad empiezan a considerar un desorden el jolgorio montado en las mismas. Tras conversar con Ramón García Barros sobre las posibles acciones a tomar, se opta por una llamada de atención a los improvisados bailarines para que depongan sus danzas y se sienten correctamente en los asientos. Hacia ellos se dirigen cuatro policías. Tras una pequeña conversación, parte de los bailones siguen las instrucciones. Pero una decena de ellos se resisten a cumplirlas y siguen bailando, por lo que los policías optan por interrumpir la danza iniciando una especie de carrera de obstáculos por las gradas para capturar a los desobedientes. 

Mientras esto sucede, Osibisa, que tiene de frente el espectáculo alternativo, sigue a lo suyo, aunque entre sus componentes se cruzan miradas de sorpresa por lo que está sucediendo. A pesar del alboroto, el cruce de ritmos siguió explotando en el pabellón, aunque no precisamente con felicidad.


El Judas Superstar (Carl Anderson, 1976)



Carl Anderson fue el primer Judas Iscariote de Jesucristo Superstar. Cuando se estrenó en 1971 en teatro, él lo interpretó. Después, en la película dirigida por Norman Jewison en 1973, volvió a dar vida a ese personaje en la obra de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice. El disco de la banda sonora de Jesucristo Superstar (1974) –que está considerada una de las mejores de la historia junto con las de West Side Story y Hair– vendió millones de copias en todo el mundo. La canción No sé cómo amarle (I don´t know how to love him), cantada por la que hacía de María Magdalena, también fue un éxito de ventas. Los protagonistas de la película fueron Ted Neeley (en el papel de Jesús), Carl Anderson (Judas) e Yvonne Elliman (María Magdalena).


Todo este éxito no sirvió de nada a Carl Anderson cuando por sorpresa se presentó en el Palacio de los Deportes de La Coruña en el verano de 1976. Fue uno de los primeros conciertos internacionales que se celebraron en la ciudad y, a pesar del reciente éxito de la BSO de Jesucristo Superstar, la respuesta del público fue mínima. Sonó un repertorio de música soul y funky adornado con alguna de las canciones estrellas de la ópera rock en la voz de su protagonista.

 Un concierto deslucido por la ausencia de público que, en número aproximado de 400 personas, dejó en taquilla menos de 30 monedas de oro... "¡Le está bien, por Judas!", bromeaba una desilusionada señora de mediana edad al salir del concierto.

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